Sábado, almuerzo
en Las Lanzas con las chicas y Ramiro, como de costumbre, el menú de platos caseros, sencillos y por sobre todo económicos,
no nos defraudó, como por ejemplo la nunca bien ponderada carne mechada o la jugosa plateada que se corta con el tenedor,
los perniles, arrollados, costillares, las reinetas, las guatitas, los riñones al jerez, todo esto acompañado con las tradicionales
papas fritas a la vena y por supuesto regados con generosos Schops.
¡Cuidado! A veces
un almuerzo en Las Lanzas o un aperitivo pueden terminar con insospechados efectos colaterales, como por ejemplo: una inauguración
de un bien raíz, un encuentro inesperado o un re-encuentro esperado. En las lanzas las horas pasan, vuelan y los almuerzos
pueden transformarse en onces-comida y a veces cuando apenas empezabas a saborear “aquella
mirada”…te enteras que la noche se acaba, porque las garzonas empiezan a subir las sillas sobre las mesas.
Para los que no lo sepan, les voy a precisar que Las Lanzas es
un antiguo y tradicional restaurante-fuente de soda emplazado en el corazón de la “República de Ñuñoa” (tradicional
barrio de la clase media intelectual santiaguina) que desde 1962 ha cobijado la bohemia del barrio. De pequeña
me acuerdo de las escapadas de mi padre que se juntaba con sus amigos músicos y artistas varios en dicho local hasta altas
horas de la madrugada, desafiando las recriminaciones de mi madre. ¿Será una costumbre hereditaria? Es un local que se ha
mantenido fiel a sus principios de libre pensamiento y pluralismo, que soportó estoicamente los oscuros años de la dictadura
y que acoge a moros y cristianos, es decir a toda la fauna local artístico-intelectual-con poca plata pero con ganas de comer
rico y compartir con los amigos. Hoy es un lugar de encuentro. Los taquillines se instalan generalmente en la terraza con
vista a la plaza y a todos los transeúntes, los intelectuales y otras yerbas, se ubican en el salón del medio enredados en
interminables conversaciones en pos de las últimas utopías que nos va dejando esta estrecha cornisa, envalentonadas por los
tintos de la misma. Los que buscan pasar inadvertidos, pasan derecho al fondo del local y en paz…para todos los gustos
y todos los bolsillos, donde las camareras te saludan y te conocen los gustos, Don Manolo. ¡coño! y su hijo están siempre
en la caja saludando a todo el mundo, pendiente de los requerimientos de los parroquianos, lo que es un valor agregado en
estos tiempos en los que prima el anonimato de los patios de comida rápida. Uno se siente en casa, en territorio conocido
al que es siempre grato volver. Un día viernes que estaba almorzando con una amiga y su nieto, de repente se desencadena una
torrencial lluvia, salgo corriendo en busca de un taxi empapada de pies a cabeza, de repente veo uno que me hace señales,
me subo y me dice: me iba a mi casa a dormir siesta pero como usted estaba almorzando en la mesa del lado mío en Las Lanzas ¿dónde quiere que la lleve? A eso le llamo solidaridad gastronómica.
Un aporte
de Nina Alvarez para Magazine Cultural Participativo
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