CRIATURAS
DESAMPARADAS
Por Miguel Krebs
Ante todo quiero dejar aclarado que soy enemigo de la violencia, principio rector
en todos mis actos. Por eso digo no a la guerra, no a la discriminación, no al
mal trato de los animales, no a la deforestación y a los insecticidas.
Ultimamente se ha orquestado una campaña en la prensa escrita contra los blátidos
con el pueril argumento de que merodean por diversos lugares de la casa haciendo aflorar una atávica repugnancia en la gente, particularmente las mujeres.
Y sostengo que no hay motivos que justifiquen esa reacción, sobre todo teniendo
en cuenta, que estas pobres criaturas de Dios tratan de buscar su alimento para sobrevivir como cualquier ser viviente.
¿Acaso no existen seres humanos que escarban en contenedores de basuras y bolsas
de residuos en busca de comida para no morir de inanición?
Hay también en esta campaña de vituperio contra los blátidos, una marcada actitud
racista haciendo hincapié en el color de su especie incitando al exterminio por causas raciales y no de salubridad.
El que no puede convivir con blátidos, no tiene la capacidad para relacionarse
con otros seres de la creación y por lo tanto, debo considerarlo como un individuo antisocial con marcados rasgos de violencia.
La convivencia entre el hombre y estas criaturas
está enmarcada en un principio de tolerancia donde lo importante es saber compartir los espacios.
Esto lo he aprendido con el tiempo y en especial cuando demolieron el viejo edificio
que lindaba con el mío. A partir de aquel hecho, en distintas dependencias de mi casa aparecieron estos pequeños habitantes
con los cuales logré establecer una buena relación de amistad que se tradujeron en acciones bilaterales.
Así por ejemplo, yo no limpiaba las migas de pan cuando me preparaba un bocadillo
para que ellos pudieran saciar su apetito y a cambio, por ejemplo, para que yo no me molestara, me traían las pantuflas guardadas
en el placard hasta el borde de mi cama.
Otras veces, sobre todo en invierno los más friolentos, dormían debajo de mi colcha
porque el calor del motor del refrigerador no era suficiente. Tampoco podemos desestimar sus cualidades intelectuales porque
son muchos los que tienen vocación por la lectura teniendo en cuenta las constantes
visitas que realizan a los estantes de la biblioteca, muchos de los cuales se han afincado entre sus autores preferidos.
Y ni hablar de la música, porque su afición los lleva a regodearse tanto con un
impromtus de Chopin como con el último tema de Björ a punto tal, que muchas veces establecen su residencia en la propia caja
del alta voz.
Y dudar de su pulcritud es un verdadero oprobio contra estos diminutos seres ya
que he comprobado personalmente su presencia en el lavabo y la tina paseando y chapoteando con entusiasmo por la blanca cerámica.
Hemos llegado a tal punto de entendimiento que en ocasiones, cuando me ausento
de casa, me dejan sobre la mesa la correspondencia que el cartero pasó por debajo de la puerta.
Por eso me opongo enérgicamente a sus detractores que levantan las banderas del exterminio y no escatiman esfuerzos para arrasar con ellos contratando a mercenarios, cuya única misión consiste en depositar unas
gotas de veneno con una jeringuilla detrás de las juntas de los muebles de cocina y repartir cartones con sustancias similares
por debajo de ellos, para terminar cobrando ingentes sumas de dinero. Ellos saben
perfectamente que esos métodos son inútiles por que los blátidos han sobrevivido a las bombas de Hiroshima y Nagasaki y puedo
afirmar sin temor a equivocarme, que nunca serán vencidos.
Pero lo que más me molesta, además del terrible y brutal ensañamiento con estas criaturas desamparadas, lo que
más me fastidia, es que las llamen despectivamente, cucarachas.